domingo, 13 de marzo de 2011

1° Hallazgo


Plagadas de originalidad, misterio y terror, desarrolladas en atmósferas góticas y siniestras, las narraciones de  Edgar Allan Poe (1809 -1849) lo consagraron como uno de los escritores estadounidenses más recordados. Su obra, además de su figura y su vida, en sí, oscuras, antecede lo que en la literatura posterior se llamaría la literatura del terror y también de la novela detectivesca con cuentos tales como Los crímenes de la calle Morgue. Los cuentos cortos de Poe son considerados de maestría universal, tanto así que su poesía, prosa y crítica han influenciado a todo el mundo de las letras.
 
***

El retrato oval

Edgar Allan Poe
El castillo en el cual mi criado se le había ocurrido penetrar a la fuerza en vez de permitirme, malhadadamente herido como estaba, de pasar una noche al ras, era uno de esos edificios mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto tiempo levantaron sus altivas frentes en medio de los Apeninos, tanto en la realidad como en la imaginación de Mistress Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido recientemente abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y sumamente deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con numerosos trofeos heráldicos de toda clase, y de ellos pendían un número verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos dorados, de gusto arabesco. Me produjeron profundo interés, y quizá mi incipiente delirio fue la causa, aquellos cuadros colgados no solamente en las paredes principales, sino también en una porción de rincones que la arquitectura caprichosa del castillo hacía inevitable; hice a Pedro cerrar los pesados postigos del salón, pues ya era hora avanzada, encender un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y abrir completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. Quíselo así para poder, al menos, si no reconciliaba el sueño, distraerme alternativamente entre la contemplación de estas pinturas y la lectura de un pequeño volumen que había encontrado sobre la almohada, en que se criticaban y analizaban.
Leí largo tiempo; contemplé las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron, rápidas y silenciosas, y llegó la media noche. La posición del candelabro me molestaba, y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueño de mi criado, lo coloqué de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro.
Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas bujías dio de pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho había hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz un cuadro que hasta entonces no advirtiera. Era el retrato de una joven ya formada, casi mujer. Lo contemplé rápidamente y cerré los ojos. ¿Por qué? No me lo expliqué al principio; pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analicé rápidamente el motivo que me los hacía cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me había engañado, para calmar y preparar mi espíritu a una contemplación más fría y más serena. Al cabo de algunos momentos, miré de nuevo el lienzo fijamente.
No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido; porque el primer rayo de luz al caer sobre el lienzo, había desvanecido el estupor delirante de que mis sentidos se hallaban poseídos, haciéndome volver repentinamente a la realidad de la vida.
El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. se trataba sencillamente de un retrato de medio cuerpo, todo en este estilo que se llama, en lenguaje técnico, estilo de viñeta; había en él mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, pendíanse en la sombra vaga, pero profunda, que servía de fondo a la imagen. El marco era oval, magníficamente dorado, y de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecución de la obra, ni la excepcional belleza de su fisonomía lo que me impresionó tan repentina y profundamente. No podía creer que mi imaginación, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una persona viva. Empero, los detalles del dibujo, el estilo de viñeta y el aspecto del marco, no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanecí una hora entera con los ojos fijos en el retrato. Aquella inexplicable expresión de realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme. Lleno de terror y respeto, volví el candelabro a su primera posición, y habiendo así apartado de mi vista la causa de mi profunda agitación, me apoderé ansiosamente del volumen que contenía la historia y descripción de los cuadros. Busqué inmediatamente el número correspondiente al que marcaba el retrato oval, y leí la extraña y singular historia siguiente:
"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y se desposó con él. Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso. El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él. Ella, no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día tornábase más débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritó con voz terrible: "¡En verdad, esta es la vida misma!" Se volvió bruscamente para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta!"



Texto extraído de www.ciudadseva.com
Si quieres leer otros cuentos de Poe pincha aquí
Si quieres saber más sobre la vida de este escritor y conocer también su poesía, pincha aquí

3 comentarios:

  1. Gran cuento. Me encantó. Además, considero que me ha enseñado técnicas de una gran descripción de los lugares. Su vocabulario es el ideal para ubicarte en el contexto. Además, si bien la temática era sencilla, la narrativa es la adecuada para que el mensaje llegue con gran admiración, haciéndolo un cuento entretenido.
    Gracias por el hallazgo, no había tenido la oportunidad de leer a Edgar, pero parece que tengo la obligación de seguirle conociendo.

    ResponderEliminar
  2. Este es un fantástico ejemplar de la maestría de Poe. E incluso, para los ávidos lectores, fácil sera encontrar en él una ingente similitud con El retrato de Dorian Grey. ¿Será que Wilde leía a Poe? Es fantástica la manera en que Poe mantiene todo el suspenso a lo largo de la trama, e incluso, combinando dos perspectivas. Estas narraciones colindantes hacia el mismo fin: el retrato de la joven, mantienen una discursión intrínseca. Ambos poseen el caracter terrorífico y de interés que mantienen al lector motivado para continuar el relato. Esto ha sido desarrollado en toda la obra con espléndida cautela. Pienso que el final de la obra es muy bueno, sin embargo, me parece que hubiera sido bastante plausible que Poe dirigiera esa tensión a un enfoque más aterrador. Para ello se me ocurre que el huespen pudo haber departido con el cuadro a consecuencia de su neurosis, o bien, que el efecto tridimensional del cuadro le permitiera ver otra relalidad y sustraerse en ella(como en el Aleph de Borges). Pero todos estas características son consecuencia de la longitud del cuento.

    ResponderEliminar
  3. Lo que me gusta de este cuento es que son dos cuentos en uno. Diferente hubiese sido que tan sólo nos fuera contada la historia del pintor y su musa. Pero antes de eso Poe nos traslada a una atmósfera, un castillo gótico, oscuro, en medio de una noche tormentosa, y que es aún mpás escalofriante puesto que todo nos es descrito con la mente de este hombre por intermediario. Es casi como si esta habitación estuviera en la mente de este personaje y no al revés. No sabemos quien es el hombre y el criado que se han instalado allí, ni nos importa, el caso es que casi somos nosotros mismo los que estamos acostados en esa cama de terciopelo negro sin poder dormir, con mucho miedo, a la espectación de pinturas enigmáticas y de un libro que las describe todas. Y de pronto la de esa joven hermosa que pareciera mirar con un odio, no con dulzura, sino con odio, con el odio que obtuvo hacia su esposo por no ser más que su musa,¡por no poder ser su Mujer! Y el pintor, imaginen ¿como ella pudo haber muerto si tan solo posaba para él? ¿acaso este pintor, perturbado, encadenó a su mujer para que posara todo aquel tiempo hasta su muerte? Esa es la impresión que me deja el cuento, me gusta pensar que mientras el pintor pintaba, la obra le quitaba fantastica y automáticamente la vida a esta mujer bella. Pero por fantástico que quiera pensar, para mi el pintor asesinó a su esposa en su obseción por retratarla sin descanso, probablemente matándola de innanición o algo parecido. AL final se nos dice que se había encerrado a seguir pintando, ya nadie llegaba a contemplar su obra. Por otro lado el ritmo del cuento es trepidante. No te suelta hasta que es el final. Me ha pasado con otros cuentos de Poe como la Caída de la Casa Usher o El Gato Negro o el Corazón Delator. Invito a que los lean también, así como sus cuentos detectivescos y poemas.

    ResponderEliminar